¿Nos hemos planteado cuántas veces dejamos algo para luego, otro día, la semana que viene, cuando perfectamente estamos en condiciones de hacerlo ahora mismo? Como decía Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó: “ya lo pensaré mañana”. ¿Somos realmente conscientes cada vez que sucede o nos dejamos llevar y de manera automática nos justificamos diciendo que no era el momento más adecuado o que hay que buscar una mejor oportunidad para manejar esa cuestión?
Incluso para una mente creativa, retrasar indefinidamente el hecho de ponerse manos a la obra, esto es, a diseñar, proyectar, componer, escribir, planificar, pintar, etc… no me parece que pueda excusarse con cierta facilidad, sino que por el contrario considero que Picasso tenía mucha razón cuando reconoció que, aunque la inspiración llega cuando quiere, siempre te tiene que encontrar trabajando.
Coincido bastante con ese planteamiento que establece que cuando algo sucede una vez, puede tratarse de una simple casualidad, si sucede varias veces, probablemente estemos ante una tendencia, pero, si sucede con frecuencia casi seguro que se haya convertido en un hábito.
Creo resulta muy sencillo reconocer algunos hábitos positivos que se van adquiriendo paulatinamente en casa o en el colegio, durante la infancia, y después perduran en el tiempo. Suponen una aportación necesaria y recomendable para el desarrollo de las personas y ayudan a que éste se produzca de una forma más natural, gradual y sostenida. Por desgracia, en ocasiones no serán capaces de ir sustituyendo y desterrando con la velocidad e intensidad adecuadas aquellos hábitos negativos, que son rasgos de inmadurez.
Me parece es lo que ocurre con la procrastinación, más propia de la edad infantil, en la que resulta comprensible y hasta tiene todo el sentido, si bien en mi opinión, debería ir desapareciendo conforme avanzamos en el proceso de maduración personal, sobre todo cuando estamos afectando a terceras personas.
Desde mi punto de vista, de forma similar a como clasificamos los alimentos, podemos diferenciar entre acciones que tienen una fecha concreta de caducidad, otras que tienen una fecha de realización preferente y aquellas que se pueden llevar a cabo en cualquier momento.
Por lo general, no solamente se trata de una actitud meramente perezosa (contra pereza, diligencia, decía mi abuela Carmen) sino que tengo la impresión de que va más allá, implica una cierta carencia en la imprescindible capacidad de enfrentar la realidad, asumir responsabilidades y tomar decisiones, que pueden ser desagradables o cuando menos poco apetecibles.
No tenemos más remedio que evolucionar y adaptarnos continuamente, por mucho que cualquier cambio sea traumático por definición. Nadie debería pensar ni por un segundo que, si miramos para otro lado o cerramos los ojos, aparecerá un hada madrina caída del cielo que se encargará de atender y solucionar por arte de magia todo lo que preferimos dejar para luego, como si estuviera lloviendo y tras esperar a que escampe, las cuestiones se resolverán.
Aunque nos gustaría, no parece que podamos refugiarnos eternamente en nuestra zona de confort, vivir para siempre en los mundos de Yupi, tratando de evitar que se produzca ningún cambio en nuestro entorno, puesto que tal y como estamos, nos sentimos muy a gusto en él.
Tampoco es posible que cuando nos apetezca podamos desaparecer por un momento, cruzando y descruzando los brazos, como si fuéramos Burt Campbell en Enredo. Ni siquiera el personaje de ficción era capaz de hacerlo por mucho que lo intentaba continuamente.
Trasladado a la realidad de los proyectos, teniendo en cuenta que los asuntos y las situaciones solamente se pueden simplificar hasta un punto, pero, por el contrario, se pueden complicar hasta el infinito, deberíamos pensarlo dos veces antes de dejar para mañana o los próximos días, aquellos asuntos y situaciones que podemos manejar o resolver ahora mismo, al estar en una posición adecuada para hacerlo, cuando sabemos que el retraso no nos va a proporcionar ninguna ventaja, n va a aportar nada mejor ni siquiera facilitar nuestro buen desempeño, sino todo lo contrario.
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